Me las prometía muy felices de encontrar en este primer Ellroy que cae en mis manos la famosa concisión de estilo que ha hecho célebre al autor. Concisión que ha alcanzado en los últimos tiempos niveles abstractos según me contaron. Pero a pesar del alentador título, por seco, en “El asesino de la carretera” y chimpún, se puede tropezar uno con muchas otras cosas, pero en absoluto con la concisión. Tal vez sea éste fenómeno que se ha decantado en los últimos tiempos ya que la novela que nos ocupa aunque escrita en 1986, llega este año a los escaparates patrios con carácter de estreno preferente.
La traducción de mi ejemplar es cosa de la pareja formada por Hernán Sabaté y Montserrat Gurguí, por lo que es a ellos, a su intermediación, a quien debo el —imagino como mucho— 75% captado de lo que escribió Ellroy. Esto sin duda es un problema que cada vez me atormenta más, saber que lo que leo es un más o menos pálido reflejo de la realidad. Pero habrá que joderse y asumir como inevitable que traducir es siempre conducir un texto a través de una tubería agujereada que no hay fontanero que la arregle. (¡Niños, haced caso de vuestros papás y estudiad, estudiad mucho!)
El argumento de la novela no por trillado es menos contundente: Martin Plunkett, asesino en serie encarcelado en una prisión de alta seguridad, vende a una editorial los derechos del relato de sus tropelías. Esta crónica junto con material diverso dentro de la técnica del cortipegacolorea como pueden ser recortes de periódicos, informes policiales y notas del inspector Dusenberry, su captor, empleando para ello distintas tipografías, conforman el texto. Como no podía ser menos, la violencia y la justificación de esta violencia por el autor es el hilo argumental a través del que paseamos en plan road movie por un amplio territorio de los Usa al ritmo que marcan las fechorías de Plunkett y su rastro de amarga memoria. Por supuesto, en el delirio del protagonista de inasumida condición homosexual, no faltan otros personajes de ficción que parecen empujarlo a apiolar al primero que se le pone por delante, en este caso nuestro hombre sigue órdenes de sus personajes de cómic favorito, el Hombre Puma, Lucretia y, sobre todo, la Sombra Sigilosa.
El relato cuasi periodístico de los crímenes se acompaña del normal “monólogo interior” donde el protagonista nos hace conocer su infancia, sus tormentosas relaciones familiares y sociales, etc. y todas las cuestiones que por un quítame allá esas pajas traumatizaban al nene (Nene que por supuesto y para seguir la pauta es un lumbreras en los estudios). O sea, como Dexter pero sin hermana. De hecho, comencé a disfrutar de verdad la novela desde el momento que decidí visionarla como una serie televisiva… y es que apuesto seis de los grandes que harán de ella esto mismo de aquí a poco. En todo caso, ese monólogo interior me pareció a veces algo grotesco, inverosímil, hasta desembocar en el muy tópico: “—¿Qué se siente al tener una familia?”.
Lo que no logro entender, o si lo entiendo es achacando al relato autobiográfico de Plunkett que se nos pone por delante es el que ha presentado la editorial a sus lectores, es cómo un tipo de la enrevesada personalidad de Plunkett pueda escribir “normal”, quiero decir que en su escritura abundarían los pasajes incomprensibles, de extraña ortografía y sintaxis, que emplearía un código propio e incluso una florida caligrafía esquizoide (que hubiera estado bien incluir). Desde luego que el texto hubiera perdido en cuanto a claridad, pero sin duda hubiera ganado en verosimilitud y fuerza.
Con todo, la novela posee un grado de absorbencia bastante considerable y está repleta de todos esos giros que nos resultan tan familiares en el Black Style. Un poné: “Borchard masticaba y se reía a la vez, la hazaña más compleja que era capaz de hacer.” Porque en efecto, en la galería de personajes que desfilan por las páginas no falta el poli gordo y sudoroso, el poco avisado autoestopista, la candorosa adolescente de esas que no hay manera que la inviten al baile de graduación en el gimnasio, etc. Eso sí, es muy interesante la colaboración como estrella invitada del viejo Charlie (Manson) y las chavalitas de La Familia: ¡¡¡Helter Skelter!!!
Finalmente, las consideraciones del inspector Dusenberry sobre la persistencia del mal y su extensión por parte de individuos como Plunkett incluso estando ya enchironados, desembocarán en un acabóse que por supuesto me abstengo de anunciar porque seguro que tras leer esta reseña serán cientos y cientos los lectores los que correrán a hacerse con un ejemplar de “El asesino de la carretera” novela a la que califico con un 6 sobre 10.
por Sap.