Viaje al fin de la noche - Louis-Ferdinand Céline.
“Viaje al fin de la noche” recoge la epopeya de Ferdinand, un joven que será herido en la I Guerra Mundial, desempeñará un cargo en una empresa ubicada en las colonias francesas del África Subsahariana, intentará hacer realidad aquello de “el gran sueño americano” y regresará a Francia a ejercer la medicina en un humilde barrio parisino.
Sorprende de esta novela la lucidez con la que Ferdinand señala unos vicios que, si bien se narran como característicos de una época que ya queda muy lejana, han sabido perpetuarse y acrecentarse hasta la presente. De ello se desprende la evidencia de la contemporaneidad de una obra que, casi un siglo después, sigue invitando a reflexionar sobre las veleidades de una sociedad pensada para unos pocos afortunados y en la que el resto debe conformarse con la precariedad.
Ferdinand toma por primera vez conciencia de esa realidad al alistarse como voluntario para combatir en la Gran Guerra. El horror del frente pronto pone de manifiesto en él lo que no es sino instinto de conservación. El joven no quiere morir destrozado por un obús, pero se le anima o coacciona a ello desde todas las instancias: quien alude al valor, quien al patriotismo, quien directamente a la amenaza de un juicio sumarísimo por deserción. De esta manera Ferdinand descubre que los mismos que jamás arriesgarían la vida, le exigen que entregue la suya para defender unos intereses de los que él nada obtendrá.
Esta situación se repetirá cuando, escapando de la guerra, consiga un puesto en la administración de una compañía que opera en algún lugar perdido de África. Allí la vida de los hombres nuevamente vale menos que el caucho que deben obtener de los nativos, y la de los nativos no vale nada. Si se sucumbe a la fiebre o a alguno de los peligros de la selva, pronto aparece un nuevo desgraciado que substituya al anterior.
La estancia en Estados Unidos le confirma la realidad de su nulidad como hombre: sin contactos y sin relaciones, la vida de un hombre anodino tampoco vale nada en la tierra de las oportunidades. Sin embargo, en Norteamérica han inventado un buen sistema para que la gente de a pie sienta algo parecido a la felicidad, un sucedáneo que les anime a continuar un día más: el entretenimiento. Ferdinand lo descubre bajo la forma del cine y, aunque eficaz, a veces el propio usuario ha de aumentar la dosis del narcótico para que no se levante el velo que mantiene viva la ilusión.
La vuelta a Francia y el acontecer de los hechos que como médico de un barrio pobre de París, y más tarde como asistente en una casa de salud mental, se desarrollan en la segunda parte de la novela, son tal vez menos interesantes. Aunque el desencanto de Ferdinand sigue actuando como un filtro entre él y su entorno, la inercia parece apoderarse de él, que se abandona con indiferencia al devenir de los días.
Siendo como es esta segunda parte menos corrosiva, menos crítica, no resta interés al conjunto de “Viaje al fin de la noche”, que se presenta como una novela que propone una crítica descarnada a una sociedad que ha arrebatado al individuo sus razones personales para ser feliz, entregándole a cambio unas razones espurias que sólo pretenden proteger y perpetuar un orden establecido que, desde luego, no beneficia a ese individuo tan sutilmente expoliado.