Comienza así un demencial viaje en el que Mike y su compañera de fortuna Trix recorren el lado oscuro de los grandes iconos de América: Nueva York, Texas, Las Vegas, Los Ángeles… Un remedo dantesco (más por el mito de bajada a los infiernos que por otra relación) en el que conocerán a culturistas que se inyectan agua salina en los testículos para hacerlos crecer, macroherpetófilos (es decir, gente que se excita sexualmente con Godzilla) y transexuales que se hacen apaños con silicona industrial. Todos con una misma réplica: si lo que hacemos sale en internet, y lo que sale en internet es la norma, entonces no somos diferentes.
Huelga decir que es una lectura a la que hay echarle estómago pero insistimos, la especialidad de Ellis es divertirse mucho con estas situaciones y es difícil no contagiarse de su humor cafre. Así que en algunos momentos le odiaremos por convertir una tranquila cena en un asador tejano en un horripilante festín gore, pero también podríamos llegar a odiarnos a nosotros mismos por reirnos en un capítulo dedicado por entero a los problemas de maniobrar un saco escrotal del tamaño de un balón de baloncesto.
“En general, la zona frontal de mis pantalones parecía una sandía metida en una bolsa de canguro. Podía olvidarme de cerrar la cremallera. Pero descubrí que si dejaba mi camisa sin meter, tapaba bastante bien mis testículos. Excelente. Chaqueta puesta, papeleo en mis bolsillos, y estaba listo para irme. Me levanté y gemí. Parecían más pesados que nunca. Dirigiéndome hasta la puerta, me tambaleaba más que caminar, y empezó a preocuparme que esto no fuera a funcionar.”