Barnet Pool, Devenport, 27 de diciembre de 1831; el “Beagle”, pequeño barco planero de la Marina de Su Majestad, se hace a la mar. A bordo van dos hombres jóvenes, el primero, el capitán Robert FitzRoy, escocés de 26 años, hace tres años que ha recibido el mando del barco y el encargo de cartografiar las costas del sur del continente americano; el otro es un aspirante a pastor, de tan solo 21 años, procedente de buena familia y que ya muestra interés por la naturaleza, los animales y las plantas; su nombre, Charles Darwin.
Pese a sus diferentes temperamentos, los dos hombres entablaran una buena amistad a lo largo de un viaje que durará hasta su vuelta a Plymouth el 2 de octubre de 1836. A partir de ese momento sus caminos se irán separando; Darwin no volverá a embarcarse, se casará y basándose en las notas y los ejemplares recogidos en el viaje elaborará la obra que le llevará primero hacia la polémica, luego el reconocimiento y por fin la gloria; FitzRoy continuará una existencia difícil, salpicada de desengaños y dificultades económicas, hasta un póstumo reconocimiento tardío.
La novela nos habla de esto y de mucho más. En primer lugar es un absorbente relato de aventuras en el mar, describe con buenas dosis de emoción la lucha del hombre contra los elementos, la navegación por lugares apenas conocidos, el conocimiento de los pueblos indígenas. Hay batallas navales, terremotos y erupciones volcánicas. También conoceremos los intentos de implantar las primeras misiones por parte de las sociedades anglicanas entre los indígenas con una mezcla de fanatismo religioso y absoluto desprecio de su condición de seres humanos, los primeros pasos de las colonias americanas recién emancipadas de España y sobre todo asistiremos al debate entre ciencia y religión, cómo en la mente de Darwin, a través de sus exploraciones en los Andes, las islas Galápagos y Oceanía, se va abriendo paso a paso la teoría que luego le hizo famoso. Frente a él, FitzRoy representa la posición, fuertemente asentada en la Inglaterra de la época, de aquellos que hacen de la Biblia la base de todo conocimiento científico. Poco a poco las diferencias religiosas enfriarán la relación de los dos amigos.
La novela, que fue finalista del Premio Booker y del premio Pendleton May para noveles, fue la primera obra de ficción de su autor, autor de diversas bíografias y desgraciadamente fallecido a los 45 años. A pesar de sus más de ochocientas páginas se hace corta y yo la recomendaría no sólo a los amantes de los libros de aventuras en el mar, en la mejor tradición de O´Brian (el paralelismo con Aubrey y Maturin es patente), sino también a todos aquellos interesados en el conocimiento y evolución de las ideas científicas y en la sociedad del siglo XIX.
HACIA LOS CONFINES DEL MUNDO. Harry Thompson. Ediciones Salamandra.